lunes, 1 de junio de 2009

Los absurdos de una cuerda

-¡Pero mamá...!- replicó.
Yo quiero ser grande y fuerte para columpiar a los niños juguetones. Quiero que en los recreos corran ansiosos por subir a mi cuerpo y a manera de péndulo rían felices con la gravedad.

-No, hijo, cuerda enana naciste y como tal servirás a los hombres, fin de la discusión- contestó.

¡Primero muerta que la horca!

La cuerda, enana siguió, jamás creció y de ella nada se supo. Tiempo después, a la horca un rey fue sentenciado y la cuerda de la que pendía, se rompió.

Nunca corroboraron si se trataba de la soga que quería ser columpio.


Por Mauricio Delgado Grijalva

Café sin cafeína

- Humanos secos de voluntad, más de mil canales de manipulación, políticos honestos, parejas sin amor, sexo sin deseo, ruedas cuadradas, besos que no expresan, amores que no matan, café sin cafeína.
-¿Café sin cafeína? ¡Tú sí estás bien pinche loco...!- le dijo Alberto a su perico, antes de comenzar la programación de su vida diaria.

Por Mauricio Delgado Grijalva

El poder de la intención

Encontré el cajón. Al abrirlo crujió, adentro había una caja, la sacudí y después la abrí, contenía un frasco transparente y dentro de él una canción sofocada. Se veía agobiada, melancólica y jasta creo haber distinguido pequeñas heridas bajo sus ojitos húmedos.

Levanté el frasco para contemplar a la trémula canción, que me miró transmitiéndome su abandono. Entonces comencé a destapar el frasco, la canción se quedó inmutable.
El aire entraba dosificado; la canción respiró, creí que saldría en el acto, jubilosa, pero no. Permaneció arrumbada en el fondo, com exangüe. Di golpecitos al vidrio, pero la canción no reaccionaba, entonces me percaté de que tenía un ala rota.

Tomé unas gotas de luz y se las dejé caer en el ala, ella se agitó de inmediato, miró la salida con ansiedad y se disparó en una trayectoria vertical hasta el punto más alto que su existencia le permitió alcanzar, sin cuestionarse, sin mirar atrás y anhelante de encontrar su extraviado ritmo.

Por Diana Leticia Nápoles Alvarado

Fisuras de tiempo

Mi presente comenzó a desatornillarse en una de sus esquinas desde hace una semana. Al principio no me importó y lo dejé seguir pedaleando. Después de dos días, al observar un pájaro amarillo, noté que su aleteo era pesado e inusual, los tulipanes de las macetas se cerraban como si el atardecer los amenazara con su despedida, de los árboles secos por el invierno brotaban retoños moribundos y una sensación de náusea me sobrevino. Entonces comprendí, me senté en la silla de mimbre, llamé a mi amigo el temponauta y me tranquilizó, asegurándome que arreglaría todo. Esperé hasta que un niño entró a la alcoba y me dijo: "Abuela, ¡despertaste!".

Por Diana Leticia Nápoles Alvarado

El mundo de las palabras

El mundo de las palabras funciona bien, aunque los números no opinen lo mismo. Las letras siempre discuten porque las mayúsculas se creen más que las minúsculas; no como los números, que aunque diferentes, se reconocen necesarios.

Las palabras, piensan los números, tienen un desorden irremediable porque no pueden controlar sus letras: con una que se mueva ya dice otra cosa. Y ni se diga en las fiestas, cuando las letras se revuelven y forman palabras que nadie conoce ni tienen significado alguno. Los números hasta pueden dividirse, disfrazarse y conservan su precisión.

Las oraciones están más allá del entendimiento numérico, porque cambian de orden las palabras y todo se transforma; puede ser el mismo significado, otro significado o los dos al mismo tiempo. A diferencia de los números que pueden ir adelante, atrás, como quieran y el resultado es el mismo. Y ya mejor no hablemos de las ideas...
Ustedes no deberían existir, dicen los números. Están siempre en guerra, a veces ni ustedes se entienden y ¡claro!, nosotros tenemos que venir a poner orden.
Las ideas le temen a los números, ya que pueden destruirlas, y de un tiempo para acá hasta han olvidado que ellos las necesitan para vivir.

Por Lisette Cortés

Mi otro yo

Cansado de andar por la vida con los mismos fantasmas, encontré sin querer a mi otro yo y pensé que estaba próxima mi muerte.
Se me quedó viendo y le pregunté temeroso: ¿Doppleganger?, aunque al decirlo me sentí estúpido. Comenzó a reir, esa risa contagiosa tan característica mía, y le sonreí porque no supe qué otra cosa hacer.
Me percaté de algo maravilloso a mi alrededor: todas las personas eran yo. El padre con su hijo, yo; el niño que jugaba, yo; el mendigo, yo; el hombre de traje, yo; todos yo.
Seguí caminando asombrado y me pregunté por qué todo este tiempo viví sin saber que podía ser todas esas personas.

Por Lisette Cortés

Eterno retorno

Ellos comparten el inhalar y exhalar que el cálido aire les ofrece. Sus miradas se cruzan; sus palabras dejan de serlo cuando se fusionan con las notas musicales.
Él toca las cuerdas de su guitarra mientras ella piensa en esas manos que un día tocaron su piel, su cuerpo. La música espontánea arranca de ella su voz para acompañar la melodía.
Sus miradas se cruzan, sus bocas esbozan una sonrisa. Ambos cantan ante el recuerdo, se sumergen en profunda tranquilidad. Respiran el mismo aire, lo hacen uno solo, lo hacen único.
Respiran. Sienten el aliento de sus bocas. Respiran, absorben de su piel el tacto mutuo.
Una implosión compartida, respirar, recobrar, inhalar y exhalar, el cálido aire se les entrega...
...y sus miradas se cruzan, sus miradas se cruzan, sus miradas se cruzan, sus miradas se cruzan.

Por Leticia Alcántara Cruz